viernes, 5 de abril de 2013

Carta a una roca (grande y fuerte)

Me gustaría  ser como tú, confiado, seguro, mirando siempre hacia delante, hacia lo más alto.

Tengo que aceptar que no soy tú, algo sorprendentemente doloroso a estas alturas. Pero también he de decir que a veces, aunque solo sean unas pocas, lo consigo. Te imito. Y por un instante, creo ser tú. En realidad, es la misma sensación que la de andar con los ojos cerrados. No vendados. Cerrados. Al tercer paso, si no antes, empezarás a preguntarte si has dado el paso correcto, si no andarás cerca de algún precipicio peligroso que marque tu vida o incluso, quien sabe, que te la arrebate. Así que abres los ojos, e inclinas  la cabeza para fijarte en tus pies, y aunque solo sea por ese instante, pierdes tu elevado objetivo.

¿Qué esperabas? Tú mismo lo has dicho. No era más que una mera imitación. Y cómo todo lo que no es inequívocamente autentico, se torna efímero, volátil, escurridizo como un sueño recién soñado.

Y me toca aceptar una vez más que no soy Tú. Que tan solo soy yo, para lo bueno y lo malo, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza. Que soy lo único que tengo, o al menos, debería serlo.