sábado, 10 de agosto de 2013

Una vez más

He perdido la cuenta de los intentos que lleva. Como si nada, afronta una vez más el reto de llegar hasta lo más alto de la roca. Pasito a pasito, se encarama sobre sus patas traseras (¿Patas traseras? ¿Son esas sus patas traseras si se supone que caminan hacia atrás?) Antes de que pueda equilibrarse sobre el último escalón, otra ola irreverente lo obliga a empezar desde el principio.

¿Por qué me siento yo frustrado? ¿Acaso no he aprendido nada de su actitud? Como si nada hubiera ocurrido, sin atisbo de duda, ira o enfado por encontrarse por enésima vez en esta encrucijada, sacude levemente sus pinzas y comienza una nueva escalada. Nada ha perturbado su espíritu. Nada ha ocurrido. Nada ha sucedido. Antes estaba arriba. Ahora abajo. ¿Dónde está la diferencia? El solo seguía su camino, y eso sigue haciendo.  Lo miro y sonrío. Gracias por la lección.

jueves, 8 de agosto de 2013

Éxito

Lo tiene todo. Incluso en este mismo instante, donde una muchedumbre extasiada y enfervorecida le aclama por haber sido capaz de darle la victoria al equipo en el que siempre soñó jugar.

Cómo explicarlo. Como verbalizar esta sensación de angustia y vacío. Si alguien tuviera el interés de analizar, de visionar una vez más el partido, prestando atención a lo que, precisamente no es el juego, podría haber notado el cambio, la diferencia.

Unas décimas de segundo, una cabeza que busca una respuesta en una brizna de hierba a millones de kilómetros de allí. Mañana, las rotativas del periódico no sabrán que priorizar, si la gesta deportiva, o la tragedia personal. Jugaba. Su vida se desmoronaba, como las piececitas de construcción de su pequeño y adorado hijo, y él jugaba. Era algo que no podía quitarse de la cabeza. Alguien podría alegar que también se ganaba la vida con ello. Y muy bien, por cierto. Pero para él, no era más que un juego, un divertimento, algo que se había prohibido sentir una vez hubo tomado aquella drástica decisión. Frívolo. Así seguía sintiéndose día tras día.

Nunca hubiera esperado aquel desenlace. Nadie. Ni siquiera él mismo. Salió un momento fugaz a airear su pena. A respirar el frío y húmedo aire de la noche, a combatir aquel persistente e indomable insomnio. Desde el balcón del hotel, algo penetró en su ser, escalando ladrillo a ladrillo la fachada de aquella construcción futurista e insensible. Algo que penetró por su oído contaminando un pensamiento. Una descarga eléctrica o química, o ambas, con el comportamiento de una célula cancerosa. Expandiéndose. Contaminando.

¿Por qué no? Solo será un instante. La paz, a cambio de un instante de fugaz dolor, si es que siquiera le da tiempo a sentir algo. Desde abajo, siente la llamada. Ven, no te resistas. Piensa en él, amontonando aquellas inestables piezas de colores. Se aferra a aquella imagen. Por él. No lo hará por él. Es injusto, pero acaba pensando que aquello tampoco le importará cuando no esté. Que todo desaparecerá cuando no esté. Ni tú, ni yo... Nadie. Que el mundo se apagará cuando su ser forme parte de aquella diminuta y pulida losa del suelo. Ven a mí, escucha una vez más. Y será la última. Solo es un paso, se dice. Tantos otros dio en la vida...