sábado, 30 de marzo de 2013

Dos ladrillos y medio

Dos ladrillos y medio, es todo lo que hace falta para sellar una vida. Eso sí, dos ladrillos y medio tamaño XXL. Mientras ocurría, una de esas experiencias de fragilidad. Que fácil se rompen los hilos, o lo que es peor, ¿por qué resulta tan fácil soltarlos dejando caer la marioneta, apartándola del juego estipulado?

Y mientras, dos gaviotas suspendidas allá en lo alto, sin saber cómo ni porqué, me han hecho caer en la cuenta de la dureza del momento. Dos personas, una pared de por medio, y el conocimiento para una de ellas de saber que, pase lo que pase, sera el único muro que nunca podrá ser franqueado. Que pese a todo su empeño y esfuerzo, tan solo quedará el recuerdo. El recuerdo de la piel que nunca volverá a ser tocada. El recuerdo del abrazo que nunca volverá a ser creado. El recuerdo del beso que nunca jamás volverá a ser entregado. El recuerdo de la palabra que se dijo, o el lamento por no haberlo hecho. Y todo por dos ladrillos y medio. Dos ladrillos y medio son la frontera. Dos ladrillos y medio son el equivalente en el espacio, del Para Siempre en el tiempo.

Por un momento he sentido la pena futura, la del momento en que me abandones. Y saber que ocurrirá no atenúa ni un ápice el dolor.

Y claustrofobia, mucha claustrofobia. No quiero que me encierren, por muy bonita que sea la sepultura, no es mas que eso, una sepultura. Me gustaría dormir el sueño eterno sin cama/caja, sostenido por el mismo aliento que me engendró, con una mano tenue posada en la tierra, húmeda, caliente, siendo mecido por la respiración de cada uno de los átomos o partículas o lo que sea que conforma este entramado que llamamos vida.

O arder, ser transportado, elevado al cielo entre nubecillas blandas de polvo y humo. Ser reducido a suave y fino polvo gris con el que poder escapar y llegar hasta donde me plazca. Quien sabe, quizá entonces ose llegar donde no llegué en vida.

No te preocupes por mí, pequeña. Celébralo. Aunque no lo creas, siempre fui consciente de las reglas del juego, y a pesar de todo, siempre me pareció bonito, precioso y hasta justo. Sí, justo.

jueves, 28 de marzo de 2013

Mucho ruido, y una hora, las 4 a.m. No se porqué esa precisamente, pero quien sabe, quiza algún día lo averigüe.

Mientras, una serpiente no deja de restregar sus escamas por el interior de mi cerebro, fria, resbaladiza. El estruendo es ensordecedor, un estruendo de colores grises y opacos, de los que te impiden saber a ciencia cierta en que lado de la realidad habitas. Lo peor, es que entre tanto ruido, hasta se me han quitado las ganas de gritar.

Nunca he sido amigo de reptiles, pero nunca he podido dejar de mirarlos, observarlos, a pesar de la sensación de rechazo. No quiero habituarme. No quiero que un extraño more en mi cerebro eternamente. Ya somos muchos y ya casi nunca consigo recordar que ninguno existe, que solo lo inmutable permanece, que todas esas voces, no son más que cantos de sirena, bellos, hipnóticos, pero confusos y traicioneros.

Me llevo un dedo a los labios, los mando callar, pero como los niños rebeldes que son, se mofan de mis intentos por conseguir un imposible. Traviesos, elevan sus voces aún mas, mientras ríen envalentonados ante mi asombro. Al menos, me digo, alguien ríe en este instante, aunque no pueda alegrarme con sinceridad, y me haga sentir aún peor por mi mezquindad.

No escuches, me digo, intérnate cual «Hada del Agua» en los vericuetos de cañerías y grifos, asoma, saluda, pero vuelve a perderte, sin descanso, sin detenerte, en la húmeda oscuridad de una autopista sin final, solitaria y silenciosa. Muy muy silenciosa.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Al principio pensé que sería como montar un puzle. Sabía que primero tendría que buscar las piezas, los pedazos, uno a uno, y una vez logrado, tan solo unirlos hasta conseguir la imagen de lo que un día fue. No contaba con encontrar un amasijo de esquirlas de cristal, sin conexiones, sin vestigios ni recuerdos los unos de los otros, sin que cada uno de esos pedacitos recordara siquiera haber pertenecido alguna vez a algún otro cuerpo o ente. Sólo me queda pulir cada esquirla, una a una, sin la esperanza de conseguir de nuevo la unidad de lo que un día fue. Quién sabe, quizá ahora no posea un tesoro sino muchos, o quizá no posea un alma sino nada. Sigo aquí, o eso creo. Algo me dice que sigo aquí, pero a la misma vez me dice que no me busque. Que la persona que una vez ocupó mi lugar, ha decidido emprender un inesperado viaje, con las manos en los bolsillos y un billete tan solo de ida. A veces pienso que vivo aferrado a una imagen de lo que un día fuí. En realidad casi estoy convencido de que vivimos prisioneros de la imagen que el mundo proyecta de nosotros o de la imagen que proyectamos en el mundo. No soy una mala persona. Este es el único pensamiento que aún es dogma en mí sobre mí, a pesar de la ira, la rabia, el dolor y la angustia. Al menos con toda esa rabia y dolor, consigo mantener a raya el miedo; lo siento chico pero tendrás que esperar turno porque no hay sitio para más.

Te miro pequeña, y tan solo tú eres capaz de recordarme donde habito. Solo tú devuelves el recuerdo de una sonrisa a mi rostro. Aunque dijera que mi rostro ha olvidado como sonreir, mentiría. Es mi pecho quién lo sepultó en el olvido. Si algo he sacado en claro de todo esto, es el placer de disfrutar de tu sonrisa cada mañana. De escuchar de tu boca: ¿Estás contento, papi? Pues claro, pequeña, ¿cómo no estarlo? Así que probablemente no sea yo el que pula esquirlas de cristal, sino el que las acerca a tus labios para que con tus besos, me ayudes limar esas incómodas aristas que impiden la natural atracción de lo que un día permaneció unido en mí. 

A veces, tan solo a veces, me pregunto: ¿Pero cómo coño has llegado hasta aquí? Y sólo concibo una respuesta: Y qué cojones importa...

He hecho un nuevo descubrimiento. Esta calmada y apacible rabia. Esta tranquila y serena violencia que anida en mi alma contra todo lo que me rodea, y por consiguiente, contra mí. Toda una existencia vivida bajo la creencia de que nada existía fuera de tí y ¿crees que ahora encontrarías algo que culpar que no fuera tu propia incapacidad, tu misma ineptitud? Como en los envoltorios de una golosina con sorpresa, deslío el papel para encontrarme un irónico y nada comprensivo: 

SIGUE BUSCANDO

Y lo hago. Busco, rebusco y rebuscaré. Nunca he tenido miedo a hacerlo. Aunque en seguida caigo en la cuenta: Quién nunca tuvo miedo de buscar era aquella persona que ahora no es más que un montón de perlitas amorfas de cristal. Y el miedo casi llama a la puerta, pero sigue sin sitio. Me autocuestiono: 

-Hey, a lo que sea que queda por ahí dentro, ¿a tí te gusta buscar?
- Depende, ¿qué hay que buscar?
- No está claro aún. Creemos que a una persona.
- ¿Creemos? ¿Quién lo cree?
- Un montón de esquirlas de cristal.
- Mi madre siempre me aconsejó mantenerme alejado de vidrios rotos. 
- Entonces, ¿nos ayudarás?
- ¿Cómo es esa persona que buscaríamos?
- Haces demasiadas preguntas. ¡A quién le importa! Es tan sólo un viaje. ¡Qué más da lo que busquemos...! ¿Porqué es tan importante?
- Por que nunca me había planteado antes que era posible encontrar algo con lo que no estuviera realmente satisfecho. ¿¡Imaginas lo que podría ser convivir con uno mismo toda una vida insatisfecha!?

Así que, probablemente, deba afrontar el hecho de que no volveré a ser la misma persona después de pasar por esta etapa de mi vida, pero quién sabe, quizá lo que encuentre sea una versión mejorada, un nuevo 2.0 de lo que un día creí ser. Aunque a decir verdad, en este preciso instante, tampoco puedo decir que me importe un carajo...