lunes, 12 de octubre de 2009

En una caja de cerillas

A partir de hoy, no pienso llevar conmigo nada que no entre en una caja de cerillas. La medida es totalmente arbitraria. Podía haber escogido una caja de zapatos, de galletas,... pero entonces tendría las mismas. Con una caja de cerillas, tendré que renunciar a llevar a cuestas todo el día el mp3, su cargador, la última y única multa de tráfico que me han puesto, la cartera rellena con los tickets de compra de las últimas tres navidades, las tabletas de gelocatil, las pastillas para el estómago, las de la piel, los caramelos para la garganta, el monedero con el DNI (el antiguo y el nuevo), el carnet de conducir, la licencia federativa del año pasado, las tarjetas de asistencia sanitaria, las del seguro dental, el portaminas con el que hacer garabatos en los manteles de papel de restaurantes baratos, la goma para poder borrarlos, el bolígrafo para no esperar a que te traigan uno y poder firmar el recibo de la cena que te acabas de comer, las hojas donde hago las anotaciones para los posts del blog, la libreta donde anoto los libros, autores, películas interesantes y pendientes de ver, y sobre todo, como no, podré por fin renunciar a ese invento malsano que me atormenta a diario haciéndome temblar de pavor, cuando me despierta cada mañana para ir al trabajo, o cuando suena para invitarme a una boda, bautizo, comunión o cualquier evento social con el que no contaba, o para estropearme el Domingo que llevo toda la semana imaginando en el trabajo.